Aclarada en una entrada anterior la importancia de la atención en el campo de la autogestión personal, cabe ahora subrayar en que consiste la concentración y el enfoque, otras dos nociones de suma relevancia en productividad personal.
Si la atención consiste, de manera sucinta, en fijarse en algo, la concentración implica hacerlo de manera sostenida e ininterrumpida a lo largo de un determinado período de tiempo. Conviene subrayar que éste no es un proceso inmediato: hay diversidad de datos al respeto que ofrecen ligeras variaciones, pero suelen resumirse éstos en la estimación de que a la mente le lleva del orden de entre diez y quince minutos concentrarse. Además de eso, existen multitud de evidencias que subrayan que, en estado de concentración, la mente alcanza sus más altas cuotas de efectividad, calidad, creatividad y rendimiento. He ahí que resulte tan importante fomentarla y también protegerla una vez se consiguió, pues, en caso de perderla (un riesgo derivado de las interrupciones y las distracciones), no se podrá recuperar hasta al menos diez-quince minutos después.
El enfoque, por su parte, es cómo suele llamarse a la concentración en materia de productividad personal, presuponiendo que éste se consigue cuando se le dedica toda la atención a la realización de una actividad concreta, acotada, en un estado de implicación y compromiso con la misma.
Conviene resaltar también que enfocarse implica a menudo poner límites. Cuando se pretende abarcar algo demasiado grande o cuando se atiende a demasiadas cosas al mismo tiempo, el resultado es un estado general de dispersión. El enfoque consiste en el contrario: centrarse en una actividad concreta y olvidar (momentáneamente) todo lo demás. Al menos hasta que toque cambiar de tercio o se necesite un descanso.
En resumen de lo expuesto, subrayar que no es el tiempo lo que se necesita gestionar con habilidad, sino la atención. Cuando más plena sea ésta hacia una actividad delimitada, mayor será nuestro enfoque y también nuestra productividad personal.