El término productividad no disfruta de muy buena fama. Debido a la visión mecanicista que se asoció a esa palabra (apretar más tornillos por minuto, fabricar más metros cuadrados por hora, conseguir más en menos tiempo, etc.), tiende a vincularse automáticamente a hacer más, siempre más, de lo que sea. Es decir, que se equipara a producción, a cantidad por unidad de tiempo, de manera que, al citar el término productividad, tendemos a imaginar a alguien a nuestras espaldas, cronómetro en mano, haciendo mediciones de cuanto nos lleva finalizar esto o aquello y exigiendo siempre más y más.
El concepto de productividad personal, sin embargo, está muy alejado de esa noción. Por eso es importante definir claramente a que se apela cuando se emplea en materia de autogestión o de organización personal. En este campo, la productividad personal consiste, de manera resumida, en hacer de manera eficiente las tareas que es necesario efectuar. Es decir, que no consiste en hacerlo todo en tiempo récord, ni siquiera en hacer mucho, sino en hacer lo correcto, aquello realmente importante. Es precisamente esta visión a que llevó a Peter Drucker a afirmar que:
“El trabajo no es establecer prioridades. Eso es fácil. Todo el mundo puede hacerlo. […] La dificultad es establecer posterioridades, es decir, decidir qué no hacer”.
Desde este punto de vista, la productividad personal no consiste pues en obsesionarse con hacer mucho sino en centrarse en aquello que es necesario efectuar desde criterios objetivos.
Y esa definición, su vez, los señalan otros términos que conviene aclarar. Lo haremos en próximas entradas.