La noción de “estado de flujo” (a veces denominado simplemente “fluir” o también “estar en la zona”) es un concepto desarrollado por el psicólogo de origen húngaro Mihály Csízszentmihály. Desde su aparición, esta noción no dejó de cobrar relevancia, especialmente en los campos de la psicología del trabajo, así como en el de la psicología positiva y su infatigable búsqueda de la felicidad humana. Parece una paradoja que dos ámbitos en apariencia tan dispares como el trabajo y la felicidad puedan compartir interés por un mismo concepto, pero he ahí una de los descubrimientos de Csízszentmihály: la felicidad rara vez aparece por sí sola, sino que emerge más bien como una derivada. Es decir, que se presenta como el resultado de hacer “algo” (las actividades concretas pueden resultar muy variadas) con un alto grado de implicación y compromiso. Pero entontes, ¿qué es eso de “fluir”?
El estado de flujo
Cabría definir el estado de flujo en términos más técnicos desde una perspectiva psicológica, pero, recurriendo a un lenguaje más mundano, la fluidez es un estado emocional harmonioso que emerge en la psique al realizar una determinada actividad con un estado de alta concentración e implicación plena, de manera que esta ocupa toda la conciencia, sin dejar ningún hueco. Se caracteriza, pues, porque la conciencia de un mismo desaparece del marco atencional e incluso se tiende a perder la noción del tiempo, en una suerte de fusión completa con la actividad.
En los talleres que realiza ORGANIZADAMENTE se le suele solicitar a los asistentes que identifiquen alguna ocasión en la que experimentaron fluidez. Si alguien tiene dificultades para conseguirlo, la pregunta a la que se recurre es la siguiente: ¿recordáis esa ocasión en la que os sumergisteis en lo que estabais haciendo de una manera tan plena que el tiempo pasó volando, casi sin que os enteraseis, en la que conseguisteis un avance o logro mayor del habitual y que, curiosamente, lejos de terminar exhaustos/as, más bien teníais una sensación final satisfactoria? Bien, pues he ahí lo tenéis. En eso consiste actuar “en la zona”.
Condiciones para el flujo
Antes de continuar, conviene aclarar que el estado de flujo es un concepto subjetivo: es decir, no todos/as lo conseguimos del mismo modo ni mucho menos con las mismas actividades. Por ejemplo, el acto de conducir puede constituir para algunas personas una experiencia de flujo y, para otras, no obstante, solo ser una incomodidad que abordan cada día con resignación. Los montañeros, por su parte, acostumbran a narrar sus logros de manera que resulta claro que para ellos el proceso de avance hacia la cumbre constituye una actividad que realizan “en la zona”; otras personas, no obstante, tienden a experimentar fluidez con mayor frecuencia con actividades menos intempestivas, como dibujar, bailar o escribir. Pero, pese a esta componente subjetiva, Csízszentmihály identificó un conjunto de condiciones que se tienen que presentar para que la fluidez emerja en la conciencia. Son las siguientes:
Metas claras. La actividad tiene que poseer uno o varios objetivos bien definidos. Haciendo una analogía con el tiro con arco, para que exista la fluidez es necesaria una diana. De lo contrario, la actividad se convertiría un lanzar flechas azaroso y sin sentido.
Retroalimentación inmediata y franca. Se necesita obtener, de alguna manera, feedback sobre el desempeño, un retorno que indique avance, logro o que aporte elementos para evaluar la corrección de aquello que se realiza. Volviendo a la analogía del arquero, además de una diana, se necesita poder comprobar el grado de acierto con el que se están efectuando los lanzamientos. En caso contrario, la fluidez es imposible.
Equilibrio entre el reto asumido y la capacidad disponible. La fluidez emerge cuando existe un delicado equilibrio entre lo que se tiene la capacidad de hacer y la dificultad de aquello que se propone como objetivo; demasiado difícil, genera estrés; fácil en exceso, aburrimiento. Es fundamental, por lo tanto, encontrar un punto de equilibrio entre eses dos extremos, de manera que se aborde algo que se puede conseguir, pero suficientemente desafiante como para que implique hacerlo al máximo de las capacidades que se poseen. Retomando la analogía del arquero, la diana no debe estar tan cerca que sea demasiado fácil acertar, ni tan lejos que resulte imposible dar en el blanco.
Concentración. Por último, la fluidez exige “estar a lo que se está”, o eso de lo que ya se habló en otra ocasión: hacer una única cosa cada vez. En estado de distracción, no hay fluidez; si se practica el tiro al arco mientras se atiende al wasap o se piensa en otra cosa, no habrá concentración ni fluidez. Entrar en la zona exige, por lo tanto, un esfuerzo para eliminar las distracciones y centrarse plenamente en aquello que se hace.
Aunque las enumeradas puedan parecer cuatro condiciones diferenciadas, es fácil comprobar que éstas se realimentan y relacionan entre sí de manera muy estrecha. Si hay equilibrio entre reto y capacidad, si se hace la actividad en un nivel que implica “actuar al máximo”, eso exigirá concentración; para mantenerse concentrado/a y motivado/a, se necesitará un retorno inmediato que indique el nivel de acierto o aproximación y, al mismo tiempo, éste solo podrá existir si la meta a conseguir está claramente definida. De esto también se infiere, pues, que en el momento en el que falla una de las condiciones, tienden a hacerlo también las demás. Y de ahí que se necesiten las cuatro.
Sin embargo, además de las condiciones enumeradas, queda al menos un último punto que conviene subrayar para conseguir mayor fluidez en nuestras actividades cotidianas.
Activando el flujo
Una de las características que refiere Csízszentmihály respeto al flujo es que este no emerge de inmediato, sino que requiere que se realice, mediante un esfuerzo consciente, un primer impulso. De alguna manera, sucede como con aquellos aviones de antaño que, antes de comenzar a volar, necesitaban que se les diese manualmente un buen tirón en la hélice. Alcanzar el estado de flujo implica que se efectúe un esfuerzo inicial, lapso en el que la fluidez aún estará ausente. Ningún deportista se mete de inmediato en la zona ni ningún pianista entra en flow sin antes realizar un poco de práctica repetitiva y, por lo tanto, también un poco aburrida. Esa inversión inicial de esfuerzo volitivo es lo que Csízszentmihály denomina “energía de activación”, una suerte de pequeño peaje que hay que pagar para después disfrutar de las ventajas de la fluidez.
Además del propio concepto de estado de flujo, la idea de energía de activación posee gran importancia en materia de organización personal, porque muy habitualmente se tiende a obviar lo que implica. Constituye una praxis muy corriente, por ejemplo, retrasar el inicio de una tarea porque se espera a que apetezca abordarla. El problema es que las cosas no tienden a suceder en ese orden; rara vez nos sentimos el deseo de abordar una actividad compleja y exigente antes de poner manos a la obra: esa apetencia suele más bien a emerger una vez uno/a se implicó en su realización tras un esfuerzo preliminar. Por eso esta idea refuerza a otras de las que ya se habló: la importancia de centrarse, no en finalizar la actividad, sino en comenzarla, que suele ser el paso más difícil de todos. Y ese paso, su vez, puede simplificarse mucho si, en vez de pensar en la actividad en conjunto (por ejemplo, una tesis doctoral), identificamos un primer paso, acotado y manejable, para comenzar ésta (por ejemplo, preparar una primera versión del índice de la tesis). Hecho eso, y sobre todo su se cumplen las condiciones anteriormente enumeradas, el fluir se encarga de facilitar la posterior inmersión en el proceso de realización de la actividad.
En resumen
“Estado de flujo” o simplemente “fluir” es cómo se conoce en psicología al hecho de implicarse en la realización de una actividad de una manera completa y plena. La consecución de este, además de porque tiende a acompañar a los mayores niveles de logro en las más diversas disciplinas, tiene la ventaja de que suscita un estado emocional positivo y gratificante. Aunque todos/as lo experimentamos de manera espontánea de vez en cuando, existe una serie de claves que nos facilitan su consecución: disponer de un conjunto de metas claras y feedback inmediato de progreso hacia las mismas, definir un reto acorde con nuestras capacidades (ni fácil ni en exceso complicado), actuar con plena concentración (“hacer una sola cosa cada vez”) y, por último, hacer una inversión inicial de esfuerzo, puesto que fluidez no emerge de inmediato, sino que exige de nuestra parte la toma de un impulso inicial.
Organizándonos de modo que se cumpla todo el indicado, la fluidez resulta para todos/as mucho más factible.
En próximos artículos se comentarán algunos aspectos más del llamado “estado de flujo”.